
Para muchas personas la universidad es una de las mejores etapas. Es esa etapa de gran crecimiento personal y, obviamente, profesional. Son años de grandes esfuerzos, logros y derrotas, años en los que cuando llegas al final te das cuenta de que todo por lo que pasaste valió la pena, ¿no? ¿Realmente lo valió?
Si en este momento alguien me pregunta qué fue lo que más amé de mi carrera les respondería, sin titubear y pensarlo “¡Nada!”. Cada vez que pienso en mi carrera pienso en compañeros nefastos y mentirosos, maestros barco y una institución que realmente no se preocupa ni por cinco segundos en sus alumnos. Sin embargo, esto no fue siempre así.
En todas las universidades te vas a encontrar esas tres cualidades. Todas las universidades van a tener gente que vas a querer asesinar en algún punto, maestros que no vas a querer ver en tu vida y trabajadores en altos puestos que verás no mueven ni un dedo por ti pero sí por el dinero que reciben de tu colegiatura.
Cuando piensas que la preparatoria terminó, la secundaria regresa…
Ya sé, por mi subtítulo vas a pensar que no sé lo que estoy escribiendo. Ojalá no supiera. Cuando llegas a la universidad tienes esa ilusión de que todas las personas que crucen la entrada son automáticamente maduras y racionales. Pues dos, tres. Como en el súper: ¡hay de todo! Están esas personitas que siguen atoradas en la secundaria (o peor, primaria) pero también esas personas demasiado centradas y maduras para su edad. Y así va a ser en la vida laboral: chismes hay en todos lados y la escuela es el entrenamiento para que aprendas a tirarlos a la basura (algo sumamente difícil de hacer).
No todo es color de rosa (o amarillo, en este caso)…
Pero, como en todo, existe la otra cara de la moneda: esos recuerdos que cuando tengas cuarenta-y-tantos pensarás “vaya que desperdicié esos años de juventud”. Hay gente verdaderamente especial, gente con la que tienes, además de la carrera, muchísimo en común. Maestros que cada clase te van a emocionar, no sólo por lo que enseñan pero por la pasión y amor que emiten a su profesión y… bueno, la institución se vuelve tu alma máter, después de todo es donde aprendiste lo que sabes y conociste gente increíble, ¿verdad?
Mi experiencia no fue fácil. Hubo enormes momentos de injusticia, en especial en mi último año, había gente incompetente con calificaciones sobresalientes (sigo peguntándome cómo le hacían), situaciones tramposa, falsas y decepcionantes que cada día me hacían perder la fe en la humanidad. Pero hubo grandes momentos satisfactorios que me enseñaron que por muchos dieces que tengas, al final terminan reconociendo el esfuerzo y dedicación de una persona.
Lo que importa es el resultado final, no el camino…
Así es. No saben la cantidad de noches que no dormí por terminar de editar o escribir un trabajo, o todas las veces que tuve que aguantar desplantes y malos comportamientos de compañeros en proyectos de equipo. Todo esto al final no vale porque lo que le importa al maestro es el trabajo final que tú les muestres. ¿Entregaste trabajo? Bien. ¿Está increíble? diez, ¿apesta? cero. Ah, ¿que hubo alguien que no hizo nada o lo que hizo lo entregó mal? sigue siendo cero.
Puedes ir a la oficina de tu profesor: llorar, hacer berrinche, gritarle, rogarle… un sin fin de escenarios. Pero al final el profesor juzgará por la calidad del trabajo entregado y, sí un poquito, por la actitud que tuviste al ir a llorarle. A muchísimas personas, lamentablemente, le funciona ir de chillón, pero al final tenemos que aprender a sujetarnos bien la falda (o pantalón), asumir que fue un trabajo en equipo/individual y resignarnos con la calificación final. Por muy injusto que sea, este es el inicio de un camino lleno de injusticias, aunque también de justicia, no hay que ser tan pesimistas.
Pero, al final todas esas gotas de sudor, lágrimas, coraje, estrés y carcajadas valieron la pena.
No voy a satanizar absolutamente todo por lo que pasé en la carrera. Contados son las amistades que hice pero no los momentos que pasé riendo con mis amigos. Varios de ellos sé que van a ser para toda la vida, varios de ellos estuvieron presentes en esos momentos difíciles, tristes y llenos de victorias. Puedo decir orgullosamente que me apoyaron, dieron grandes consejos y, lo mejor, me hicieron reír cuando más lo necesitaba.
También tuve grandes maestros que hoy puedo llamar amigos. Esos maestros que me apoyaron en cada momento de la carrera cuando necesitaba alguien que me aconsejara, no sólo con asuntos académicos. Maestros que me dieron grandes lecciones y que sin ellos, no sabría hacer lo que sé hacer hoy.
Finalmente, a pesar de que en numerosas ocasiones estuve a punto de abandonar la carrera y vender fotos de pies en Only Fans, y viéndolo en retrospectiva, volvería a escoger la misma carrera y universidad. Sí, quizá cambiaría alguna cosa que otra, pero absolutamente nada de lo que pasó ahí me gustaría olvidar. Me han hecho quien soy ahora y sin esos tropiezos no tendría esa capa de piel más gruesa. Aquí es donde puedo asegurarte que todo valió la pena.
Pero no olvidemos que claro está: cada quién habla como le fue en la feria. Cuéntame, ¿cuál fue tu experiencia en la carrera universitaria?